domingo, 7 de septiembre de 2014

Orgullo de oruga

No entendía muy bien lo que estaba pasando. Ni dentro ni fuera.
Nada tenía sentido.   Alguien había decidido por su cuenta echarlo todo a perder, así que cogió y se fue.

Cuando alguien se va de cualquier lado, en algún momento se le echa de menos. Pero por alguna estúpida razón, una oruga no es capaz de decirlo.
      El problema de las orugas es que son muy orgullosas para dejarse tocar por cualquier cosa, y sus oídos son tan pequeños que casi no oyen nada más que sus pensamientos.
Ésta no era una excepción, así que decidió irse por su cuenta, gritando sus problemas propios de un libro de matemáticas y sus teorías filosóficas basadas en el pensamiento de las piedras.

A pesar de lo que muchos puedan pensar, una Luna escucha incluso de día. Por eso a las orugas les gusta subirse a los árboles: para ser escuchadas constantemente.

En este caso, la oruga decidió gritarle a la Luna desde el suelo, pues la echaba de menos, pero no se lo podía decir, pues no sería propio de ella.
Así que la Luna aguantaba gritos constantes sin llegar a ser oída. Con el tiempo sin pausa, ésta Luna decidió tomarse un descanso y se fue.

 La oruga, indignada, se marchó dejando una nube de polvo y odio. Cuando la Luna volvió, allí no había nada más que restos y desprecio.



Nunca se ha vuelto a ver a una oruga gritar.
Pero se con certeza que la Luna sigue allí, esperando, escuchando.

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