lunes, 19 de octubre de 2015

miércoles, 14 de octubre de 2015

Mi pequeño momento en mi pequeño lugar


Hola, buenas lo que sean.

Mi donadora del pan que llevo dentro, me ha preguntado por este pequeño lugar que inicié creo que por el 2013 o algo así, y al entrar para ver qué hacíais, me he dado cuenta de que llevo 99 entradas escritas (con esta 100).

Mi pequeño lugar donde digo toda mi verdad, disimulada como aquella gota que te cae en la nariz pero no parece que vaya a llover y no sabes de donde a venido. Es(t)e es mi lugar.
Donde, cuando no sé donde huir o no puedo gritar, vengo a desatar nudos y curar cicatrices o heridas, depende.

Me gusta pensar en vosotros, la gente que me leéis, en curiosos, y eso os hace más cercanos, queramos o no. Aunque no sepa quien sois la mayoría. Pero sé que estáis, de vez en cuando, como mínimo.

En estos últimos tiempos, he conseguido que mis ramas no se enreden entre ellas y que las hiedras se vayan por incomodidad. Tengo tantas hojas que apenas podían ver la luz.
Pero también he de decir que tengo a una tropa de bichitos instalados por todas partes, algunos más cerca del Sol que otros, pero con su presencia me han hecho crecer más de lo que esperaba crecer, pues hace nada era algo así como esos pequeños arboles que nunca llegan a crecer del todo porque quedan eclipsados por los demás.

Y puede que como siempre esto acabe siendo lo que no estaba pensado en un principio, pero me gusta que las cosas rueden y fluyan, así que no voy a borrar nada de esta nota para así acordarme de lo despistada que puedo llegar a ser y de lo contenta que me hace saber que curiosos como yo me leen cuando el viento les trae por aquí (o algún que otro silbido).


Creo que esta declaración de algo, es para comprobar que sigo aquí, que he cambiado poco a mucho y que quiero daros las gracias, por entenderme sin hacerlo o haciéndolo, da igual; porque creo que contándoos secretos mal contados me entiendo mejor y puedo ayudarme, y porque (ya lo he hecho más de una vez) me da la gana daros las gracias.

Gracias.

Ale, dadas.
Ahora, voy a seguir escribiendo cosas sin que parezca que tengan un sentido. 

Buenas vidas, espero que disfrutéis todo lo que podáis.



lunes, 5 de octubre de 2015

Huida

"Haz esto. Ve a por aquello. Allí debes recoger algo y traerlo."

Nunca tuvo un espacio que le permitiera hacer aquello que tanto le gustaba: tirarse al suelo y mirar el cielo. Siempre guiada por alguien o algo, nunca encontró lo que llamaremos "su camino".

Andaba y andaba, de un lado hacia otro, sin más rumbo que ordenes camufladas, pues terminó siendo lo único que sabía leer.
         Hasta que un día cayó. Dolió tanto, que no podía levantarse. Entonces se dio cuenta:
                                                                     estaba ciega.
No veía más allá de unos pasos frente a ella.

Llevaba tanto tiempo mirando al suelo, que los ojos se habían acostumbrado a la oscuridad. Llenos de polvo y lagrimas compactas, no podía abrirlos.

Se parecía a una cebra, con tantos arañazos.
     Con el paso de los años, no cambió del todo. Seguía ordenes como al principio, pero ahora también se escuchaba un poco.
                                                  Creía que con aquello le bastaba.
Ahora, en vez de quedarse tirada intentando quitarse el polvo de los ojos, se hacía un nudo en la boca del estomago y seguía. Y no paraba, o eso parecía.
Se quedaba en medio de lo que se hacía llamar gente, y buscaba el silencio.
Y él la encontraba, y la asustaba. Y la abrazaba. Y le oprimía los pulmones.

Y ella se iba como quien no ha llorado, intentando cantar aquel cielo que ahora no lograba ver, a sabiendas que este estaba cambiando y ella no lo veía.

Dicen que terminó por irse con el tren de medianoche, allí donde nadie la iba a encontrar, pues nadie la echaba de menos. O eso creía. Pero se fue. Con una espina clavada a base de ordenes camufladas y intenciones desconocidas por una ciega que no ve más allá de lo que siempre ha tenido delante.