sábado, 22 de febrero de 2014

Evolución de un corazón

Haz un corazón de pompas de jabón.
Ahora, intenta ahogarlo. 
                                      Se escabulle entre las manos. 

Vuelve a hacer el corazón, pero ahora con las dos manos.
Separalas. 

El corazón de pompas de jabón se divide.
Vuelve a juntarlo y a separarlo.
El corazón se hace más pequeño.
Hazlo tantas veces como te apetezca, 
          pero antes de que no quede corazón de pompas de jabón, 
estrujalo.

Se ha hecho muy pequeño,
pero aún es un corazón.

jueves, 13 de febrero de 2014

Bonitos, pero no la especie de pescado, que no me gusta.

Los mofletes rojos.
               Puede que de la emoción del beso o puede que de la vergüenza que siente.

 Porque no lo creeréis, pero es vergonzosa; mucho. Pero no os equivoquéis, es una vergüenza bonita: aparece en los momentos bonitos.

Y claro, tenéis que pensar que ese color tan enamorado junto a unos ojos mar...
A eso se le puede llamar rojar: la combinación de bonitos que he visto hoy.

Pero lo que ha hecho más bonito lo bonito, a sido que estaba feliz. 
Sí, feliz. 
Diréis que me lo invento, y puede que al final sea verdad,
pero yo creo que somos felices, aunque no nos demos cuenta,
aunque luego nos sintamos fatal,
aunque sea efímero...
Lo somos.
Me llamaréis loca, optimista, soñadora... Y luego me echaréis en cara que yo era la que decía que no era feliz. 
Bueno, no creo que lo hagáis, pues creo que nunca he dicho que no fuera feliz.

Pero os lo prometo, era feliz.

viernes, 7 de febrero de 2014

Puestos a perder...

¿Alguna vez habéis perdido las ganas de ganar? ¿O la capacidad de ver la nariz del oso polar en una tormenta de nieve? ¿O el instante en el que te das cuenta que no solo la lluvia cae y no se levanta, que también lo hacen las hojas?
Son instantes tan microscopicos que ni con el mas avanzado aparejo de observar cosas pequeñas los llegamos a ver.

Como ese momento en el que se que voy a perder(me) otra vez. Y eso contando que me gustan los empates; al menos los que tengo con cierto tipo de juego.
Bueno, que tampoco puedo llamarlo juego, porque no nos jugamos nada, que entonces si que perdería del todo.
Tampoco lo perdería todo, pues estoy casi segura que mi nariz no tiene piernas y que, de momento, mi cabeza sigue siendo en parte mía.
Ves, eso si que lo he perdido: la cabeza.
La perdí esperando, pues ella se fue a buscar unas galletas en el armario de la cocina, y tardo casi tres meses en acordarse de volver. Después, vio unos labios rosados como las rosas, y se enamoro tanto que tuve que decirle que el lobo vendría a buscarla si no paraba de darle tantas vueltas. Ahora siempre lleva una pieza de ropa roja para que el lobo la encuentre. Menuda cabeza la mía.